Aquí relato nuestras salidas por los caminos del Berguedà y comarcas vecinas. Como lo pasamos muy bien, queremos comunicar sobre todo buen humor y alegría pero también tiene un fondo muy serio: el camino como bien patrimonial, pieza esencial para entender la historia y digno de conservación. Es nuestra misión desde hace más de 15 años.



martes, 23 de abril de 2013

12/4/2013 – Canal de Verdaguer


Hoy estamos de enhorabuena. Nos acompaña un conocido de hace tiempo. Me pide que le guarde el anonimato pero sí puedo revelar que es toda una autoridad en el mundo del excursionismo y su interés (u obsesión, según si mire) actual gira en torno a los hornos de alquitrán de pino (forns de pega, en catalán). Evidentemente, Pep está encantado de tenerlo con nosotros; por fin, puede hablar con alguien de su mismo nivel.

Hoy toca la Canal de Verdaguer. El único acceso practicable es desde el Collet de les Fustes pero esta vez Pep propone pasar por el Molí de Pedret, Santeugenia y Bossoms y luego subir una cresta hasta llegar al Collet. No acaba de explicar las razones de esta decisión.

Aparcamos una vez más en el Pont de Pedret y tomamos el camino hacia el molino. Es un camino muy bonito, plano y recomendable para salidas de familia y las ruinas del molino añaden un punto de interés. Mientras Pep conversa animadamente con nuestro invitado, entramos en la pista de Santeugenia pero en vez de pasar por el camino antiguo que iba enlazando las casas de Santeugenia, el Llevaig y Bossoms, toma la pista que sigue el Rec de Bossoms.

Esta pista, aparte de ser bastante fea, sube y baja como una montaña rusa. “¿Por qué no has tomado el camino de las casas?”, me atrevo a preguntarle. “Es más recto”, me dice escuetamente y reanuda su conversación con nuestro invitado. Llegamos a la Font de Bossoms; al lado, sigue el camino a la casa pero Pep pasa de largo y sigue por la pista. “¿Por qué no has tomado el camino?”, le pregunto, acusador. “Lo de más recto ya no vale. Por la pista es más largo”. “Así tengo más tiempo para hablar con nuestro acompañante”, por fin me contesta, acorralado. Está claro que mis preguntas le importunan y me callo.

La casa de Bossoms. Detrás, las montañas de Figols

Llegamos a la casa de Bossoms, todavía entera pero deshabitada y rodeada de prados. Tomamos otra pista hacia el norte que luego dejamos para subir una áspera cuesta sin camino. En una superficie de roca inclinada, Pep ve un dibujo inconfundible. Indica la ubicación de un horno de aceite de enebro. Como la bolsa de Mary Poppins, nuestro acompañante abre su mochila y empieza a sacar cosas. Todo lo necesario para limpiar y desbrozar, una cinta de medir, hasta una cuerda de escalada.

El dibujo del horno de aceite de enebro

Una vez satisfecha nuestra curiosidad, continuamos la subida hasta llegar a una pared de roca. Nuestro acompañante y Pep se meten dentro del boj y suben con cierta dificultad. “No vengas, Steve”, me dice Pep. “No subirás”. “¿Tampoco con una cuerda?”, pregunta nuestro acompañante desde arriba. “Tampoco”, confirma Pep.

No llego a ver por donde han subido y opto por buscar otra ruta con Carles. Igual sí que lo podría haber subido pero nunca lo sabré. De todas formas, encontramos un tenue camino de flanqueo que seguramente era el camino que venía al horno desde la casa de Sant Miquel y lo seguimos hasta encontrar un lugar más fácil para subir.

Pep nos comunica que hace 20 años le dijeron que había un horno de aceite de enebro pero nunca lo había conseguido encontrar, hasta ahora. Al final, todo llega.

Llega la primavera a marchas forzadas. Narcisos silvestres cerca del Collet de les Fustes.

Llegamos al Collet de les Fustes e iniciamos el descenso de la Canal del Verdaguer. Bajar estas canales, sobre todo ahora con los caminos recién limpiados, es una delicia. El sol acaricia pero no agobia; además, estamos protegidos por las hojas de los árboles. Los pájaros cantan como si quisieran darnos la bienvenida. Aparte de nosotros, los únicos indicios de presencia humana son el camino y las carboneras espaciadas a intervalos regulares.

Musgo en los árboles en el tramo inferior de la Canal de Verdaguer

Y así llegamos al camino transversal que va enlazando las distintas canales, ya cerca del pantano. Ahora toca dar la vuelta y buscar el camino lateral que pasa debajo de la Cingle de les Cabres. Subir estas canales, a pesar de tener los caminos recién limpiados, es un suplicio. El sol sólo hace que sudemos más, y el sudor me entra en los ojos y produce un incómodo escozor. Las hojas y las ramas de los árboles nos obstaculizan y rascan. Los pájaros, parece que se mofan de nosotros con sus cantos burlones.

Cruzamos el fondo de la canal para tomar el camino lateral. Carboneras y más carboneras. Llegamos a una bifurcación y giramos nuevamente para tomar el camino que pasa a pie de precipicio en la Cingle de les Cabres. Por fin, salimos a un collado, con una magnífica vista delante y aquí comemos.

Después de comer, empalmamos nuevamente con el camino de la Canal de Verdaguer y volvemos a salir en el Collet de les Fustes. “¿Tanto bajar y subir para acabar en el mismo sitio?”, me pregunto. La tentación de dejarme llevar por pensamientos lúgubres sobre la futilidad de la acción humana es enorme, pero los otros ya se marchan hacia La Covil y yo tengo que pedir un favor a Pep.

Camino empedrado cerca del Molí de Pedret; foto tomada en 2004

Por la mañana, no había podido sacar fotos del Molí de Pedret y le pido que vayamos hacia la Font Bona desde La Covil en lugar de pasar otra vez por la Mesquita. Pep accede magnánimamente. Desde un collado cerca de la Font Bona, baja un camino serpenteante que desemboca en los campos de Santeugenia y así llegamos otra vez al Molí de Pedret. Pero la luz no es buena y tendré que tirar de fotos de mi archivo.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 11,5 km; 850 metros de desnivel acumulado.

Nota histórica: Los hornos de aceite de enebro (forns d’oli de ginebre, en catalán) se construían sobre una roca plana e inclinada sobre la cual se marcaban unos surcos. Sobre un pequeño fuego se colocaba una lata con ramas cortadas de enebro dentro y se destilaba la madera. El aceite salía por unos agujeros en la lata y corría por los surcos hasta llegar a un recipiente. Se utilizaba como medicina popular, sobre todo para animales.

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