Aquí relato nuestras salidas por los caminos del Berguedà y comarcas vecinas. Como lo pasamos muy bien, queremos comunicar sobre todo buen humor y alegría pero también tiene un fondo muy serio: el camino como bien patrimonial, pieza esencial para entender la historia y digno de conservación. Es nuestra misión desde hace más de 15 años.



miércoles, 10 de febrero de 2016

29/1/1026 – Buscando el camino a Casserres

Hoy volvemos a Puig-reig pero al otro lado de la autovía, esas cuestas castigadas por el fuego que se ven a la derecha al salir del túnel de Viladomiu y antes de cruzar el viaducto. Ni yo ni Carles hemos estado por aquí pero hoy Carles tiene que volver pronto.

El pueblo de Puig-Ruig, mostrando el antiguo emplazamiento del castillo

Aparcamos en la carretera que va a Casserres, en la zona industrial de Puig-reig. Buscamos el principio de la Serra de Cap de Costa, donde sube un GR, que marca el trazado de la Ruta del Románico, una ruta de larga distancia. Pep cree que por esta cuesta iba el camino antiguo a Casserres pero también busca el camino antiguo a Gironella y, tras subir unos 50 metros, cree verlo a la derecha. Nos mete en las terrazas de antiguos viñedos, cubiertos por pinos antes del incendio de 1994 y ahora repoblados por plantas y arbustos de todo tipo, algunos aromáticos y otros que simplemente dejan espinos clavados en nuestra piel.

Un tramo empedrado del GR que sube desde Puig-reig

“No entiendo tanta queja si encima vas a volver a casa perfumado”, dice Pep ante mis protestas por lo hostil del territorio y la falta de camino. Pero incluso él se tiene que rendir a la evidencia y ante la imposibilidad de continuar, nos deja volver al GR.

Una barraca de viña con encina; detrás, el viaducto de la autovía

El GR sale en un llano frente a la gran casa de La Serra, lo cruza y luego continúa subiendo por la cresta. A Pep no le convence su trazado y toma una pista a la derecha que va bordeando la cuesta a media altura, con la autovía debajo nuestro. Llegamos a una señal advirtiendo del peligro de abejas y ya veo las colmenas alineadas en la pista. Freno en seco, dispuesto a no dar un paso más, recordando picaduras en el pasado. “¿No ves que son sólo pallets vacíos?”, me dice Pep incrédulo. “Las abejas no vendrán aquí hasta la primavera”. Bordeo los pallets a una distancia prudencial, mirándolos con desconfianza. “Siempre puede quedar alguna y no les gustan los intrusos”, pienso.

Pep ve algunos restos de un camino antiguo, que podría ser el de Gironella. La pista gira a la izquierda y entra en un valle con una casa y antiguos campos, algunos de ellos utilizados para tirar toda la tierra que se sacó para hacer los túneles de la autovía. Pep quiere mostrarnos la pequeña iglesia románica de Sant Joan Degollat y, después de subir una cuesta sin camino, entramos en un camino muy arreglado con las marcas amarillas de la Xarxa Lenta y que sube desde el Guixaró.

La iglesia románica de Sant Joan Degollat

Antes de llegar a la iglesia, empalma con el GR que seguíamos al principio y que será la ruta de retorno de Carles. Después de inspeccionar la iglesia, Carles se despide de nosotros y continuamos por el GR en el otro sentido, hacia el oeste. Aquí se ve claramente que el trazado es inventado. Nos imaginamos que, tras quedar borrado el crecimiento de la vegetación después de los incendios, los diseñadores de la ruta renunciaron a buscar el trazado antiguo y optaron por la línea recta cuesta arriba como opción más sencilla.

Lo que parece ser un tramo de camino auténtico, en la bajada hacia Sant Marçal

Llegamos arriba, pasamos por las dos casas de Morulls y en el descenso hacia la iglesia de Sant Marçal, el GR parece seguir un camino auténtico para bajar por las rocas. Ya más relajado, de repente Pep empieza a acribillarme de preguntas sobre una charla a la que asistí en el local de mi antiguo (y actual de Pep) profesor de yoga y que se repetirá a principios de marzo.

Me quedo un poco sorprendido. Últimamente, cuando está Carles, siempre están caminando y charlando unos cuantos pasos delante mío, y el tema de la conversación no suele desviarse mucho de sus respectivos hallazgos en los archivos. Pero quizás, estando a solas conmigo, se libera del yugo académico y deja que su mente corra libre por donde le plazca.

La charla en cuestión, aunque la dio un cardiólogo, versaba sobre todo sobre energía, la nuestra. Resulta que somos pequeñas centrales energéticas y, entre muchas otras cosas que dijo, resulta que ahora se empieza a visualizar con instrumentos lo que antes se llamaba aureola y ahora “biocampo” (me encanta esa palabra), que es básicamente energía electromagnética y, sorpresa, sorpresa, el órgano que más energía emite es el corazón. Evidentemente, recomiendo a Pep que vaya a escucharla en marzo.

En ese momento, me llama Carles. Ha llegado al coche. Nos informa que el GR va subiendo y bajando por la cresta y, resumiendo, es muy extraño. Duda de su autenticidad.

Llegamos a la iglesia románica de Sant Marçal, al lado de la carretera de Puig-reig a Casserres, que tiene un amplio porche del siglo XVIII. Tras inspeccionar la iglesia, comemos en el porche, repasando la situación política actual, marcada por un nuevo escándalo de corrupción en el PP.

La iglesia románica de Sant Marçal con su porche

Es hora de volver. Cruzamos la carretera y seguimos el GR por una pista hasta la casa de Vila-Rasa. Tiene una enorme tina que parece una pequeña torre pero nada que indique a Pep una antigüedad anterior al siglo XVII hasta que da la vuelta de la casa y encuentra un trozo de pared del siglo XIV en la cara norte.

La tina de Vila-Rasa. De lo grande que es, parece una torre

Dejamos el GR y continuamos por una pista hacia el sur. Pep quiere bajar por un camino que tenía visto y que nos llevaría a la Riera de la Sala y el polígono industrial donde tenemos el coche. “Espero que encontremos una manera de conectar con ese camino. No creo que podamos bajar por las rocas”, dice Pep. “Me extraña oírte decir esto”, contesto, “tú que siempre encuentras la forma de bajar”. “Ya lo probé una vez”, dice. “Es realmente complicado”.

En eso la pista da un giro brusco hacia el norte y tiene toda la pinta de bajar a la carretera, muy lejos del polígono industrial. Cruzamos un par de campos hasta llegar al borde de las rocas. “Por aquí”, me dice, y señala un paso estrecho. Ayudándome de las manos y el bastón, consigo bajar a lo que habría sido la terraza más alta de un viñedo y ahora convertida en selva.

Pep busca la manera de bajar

Pep encuentra cerámica prehistórica esparcida por el suelo y le invade la euforia. Hacemos un flanqueo difícil. Al otro lado del valle, vemos el camino. “Tenemos que bajar”, dice mientras se asoma al borde. “¿No decías que era demasiado complicado?”, pregunto. “Me refería a bajar a la Riera de la Sala”, aclara. “Aquí, sólo tenemos que bajar 40 metros hasta ese prado y ya estamos en el camino … Además, en el fondo, tú también lo estás deseando”, añade con ironía. Y con eso iniciamos un descenso precario, bajando como podemos un bancal tras otro, buscando las piedras menos inestables. En el camino, más cerámica y antiguas barracas de viña. Aquí había un asentamiento prehistórico.

Llegamos al prado. Un camino limpio y despejado nos lleva a un punto donde podemos cruzar la riera y al otro lado, hay el camino marcado que nos llevará abajo. Alguien ha dedicado tiempo y esfuerzo para arreglarlo, dejando un pasillo limpio entre la vegetación que va bajando suavemente por el lado derecho del valle. Es quizás el mejor momento del día.

El camino de bajada

Llegamos a la Riera de la Sala, ocupada por huertos y barracas de todas las épocas, cruzamos la riera y 10 minutos después, estamos en el coche.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 13,8 km; 310 metros de desnivel acumulado.

22/1/2016 – Santa Maria de Merlès

Para hoy, Pep ha elegido volver a la Riera de Merlès pero más arriba, centrándonos en el pequeño núcleo de Santa Maria. Allí hay la iglesia, la rectoría, la escuela, la casa del maestro, el Ayuntamiento y el Hostal Nou (ahora cerrado al público); la iglesia es del siglo XVIII y el resto del siglo XX.

El pequeño núcleo del municipio de Santa Maria de Merlès con el frío de la mañana

El termómetro del coche marca -3ºC y el sol aún tardará en subir por encima de los cerros del valle. Caminamos hacia el norte por la carretera; a poca distancia, las casas de Escrigues, la Cortada y Cal Masover d’Escrigues, casas enormes con siglos de historia. En el cruce, giramos a la derecha para bajar a la riera. Allí está el molino d’Escrigues, un edificio moderno, pero los agujeros cortados en la roca delatan un origen mucho más antiguo.

 La casa fortificada de La Cortada

El Molino de Escrigues

Caminamos por la ribera aguas abajo hasta llegar a la presa y el canal que lleva agua a una antigua fábrica textil, y al lado, el puente románico. Subimos al núcleo antiguo, con la iglesia románica de Sant Martí y la rectoría antigua. Y encima el castillo, que domina todo el valle desde una roca. Del castillo sólo quedan los restos de una pared; las piedras del resto del castillo, mucho más grande, se habrán utilizado para construir casas a lo largo de la historia. Al pie de la roca, señales de estructuras adosadas de antigüedad indeterminada.

El puente románico de St. Martí

La iglesia antigua de St. Martí con la iglesia moderna de Sta. Maria detrás


Todo lo que queda del castillo

Pep quiere ir más arriba, llegando a la casa fortificada de la Serra de Degollats, antes de bajar otra vez a la riera. Entramos en la umbría. Aquí sólo hay antiguas pistas forestales llenas de zarzas, humedad y frío. Pep quiere salir de esta umbría sin interés lo antes posible pero la cuesta es muy empinada y nos vemos obligados a seguir el zigzag alargado de la pista. Pegando las zarzas con los bastones para abrir paso, lejos del sol, si la semana pasada paseamos por la cara amable del Baix Berguedà, hoy nos toca ver la cara hostil, al menos hasta volver a las zonas soleadas.

Nuestra pista asquerosa se vuelve más despejada, con las huellas de un tractor y finalmente entra en la pista que lleva a la casa de Riambau y poco después, salimos a la carretera.

Giramos a la derecha y caminamos por la carretera hasta llegar a la casa de la Serra de Degollats. Un perro nos ladra histéricamente pero mantiene su distancia. Giramos a la derecha por una pista señalizada que sigue el lomo de la Serra de Sant Joan. El perro deja de seguirnos y vuelve a su puesto de vigilancia, satisfecho de habernos expulsado y salvado la casa de un saqueo seguro.

Con el sol, el camino se va haciendo más amable. Antes de iniciar el descenso, comemos, aprovechando para pasar revista a la actualidad. Sin embargo, cuando el sol se esconde detrás de una nube, la temperatura baja sensiblemente y nos volvemos a poner en marcha. El camino se estrecha y bordea un afloramiento rocoso. Al pasar por un bosque de pinos, vemos interminables hileras de procesionaria que, engañadas por el buen tiempo, han bajado de sus nidos un mes antes de tiempo y están intentando cavar un agujero en la tierra dura y roca del camino. Los restos de otras orugas, congeladas al caer la noche, dan fe del fracaso colectivo.

Llegamos a una carretera asfaltada y cerca, la casa fortificada de La Costa de la Cavalleria. Aquí, en los siglos XVI y XVII, había muchos problemas con bandoleros y las grandes casas tuvieron que convertirse en pequeñas fortalezas.

La Costa de la Cavalleria con su torre fortificada

Nuestro camino se aleja de la carretera y se convierte en una pista. Hace un giro al norte que no nos conviene y Pep toma una pista media borrada hacia el sur que al poco rato se convierte en camino y nos lleva directamente hacia donde queremos, bajando hacia la riera. “Siempre sabe encontrar el camino”, dice Carles maravillado. “Es un don”. “Eso lo sabe hacer cualquiera”, dice Pep, restando importancia al tema.

Entramos en una pista y pasamos por la casa de Cal Sicull, modernizada sin respetar sus elementos originales y con las puertas y ventanas tapiadas con planchas de acero. “A esa casa le han robado el alma”, observa Carles.

Parte del peculiar jardín de La Torre

Llegamos al río y se suceden hornos y agujeros de antiguas pasarelas. Salimos a la carretera y pasamos una fábrica reconvertida en granja de cerdos y, al lado, la casa de La Torre de Merlès, las terrazas de los antiguos campos convertidos en un jardín con césped, lleno de estatuas de todo tipo, desde diosas griegas hasta patos. 

Pasamos por las ruinas del Molí de Mas, mostrando elementos medievales donde han caído los tochos y, al lado, la casa actual y otro jardín lleno de pequeñas estatuas. Al otro lado del río, la inmensa casa del Mas, cuyos orígenes se remontan al siglo XIV. Y un poco más arriba, la presa moderna del molino, construida aprovechando las estacas de la presa medieval. 

El Molino del Mas, en estado ruinoso

La presa del Molino del Mas

Y mirando desde la presa hacia la gran casa del Mas

Y antes de llegar al puente románico de Sant Martí, la fábrica vieja, seguramente textil, ahora abandonada salvo una pequeña parte convertida en vivienda y alimentada por el canal que bordeamos esta mañana cerca del puente románico. Abajo, una señora de mediana edad y con aire de antigua hippie cuida un huerto.

“Todo este valle es un museo al aire libre, cayendo a trozos”, observo a Pep. “Y así, casi todo el Baix Berguedà”, contesta Pep. “El desaprovechamiento es monumental”.


Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 14,6 km; 330 metros de desnivel acumulado.

15/1/2016 – Valdoriola

Por fin, tenemos gobierno. En el último minuto de la onceava hora, los dos partidos se pusieron de acuerdo sobre un presidente. Por el bien del país, el Presidente Mas dio un paso al lado pero creo que la próxima vez que la CUP se presente a unas elecciones, van a ver que han perdido muchos votantes.


A las puertas de descenso importante de las temperaturas, seguimos el programa de Pep y esta vez nos adentramos en los cerros pelados que se ven al lado de la autovía, justo después de pasar el viaducto en dirección a Barcelona.

Cal Periques, antigua comandancia templaria, y la iglesia del Roser del Carme, a las afueras de Puig-reig

Aparcamos el coche cerca del horno de tejas que se ve desde la autovía y empezamos a subir hacia el noreste, siguiendo un camino señalado por un piste que indica Valdoriola. Como en tantos otros sitios del Baix Berguedà, estas cuestas se quemaron en los incendios de 1994 y los pinos no han vuelto a crecer pero es una tierra muy pobre. Antes de los pinos, todo eran viñedos.

Vemos huellas de motos y las zanjas que han excavado con los neumáticos. Los motoristas dirán que gracias a ellos, los caminos no se pierden. Pep tampoco ha seguido este camino, aunque lo ha visto miles de veces.

Llegamos a una pista transversal. Pep cree que el camino continúa por la derecha y seguimos por la pista hacia el este sin rastro de la continuación. Finalmente subimos por un camino de motos que nos lleva hacia el norte. A la derecha, vemos a lo lejos las casas de Cal Pallot y la Caseta Negra donde estuvimos la semana anterior. “Lo veis”, dice Pep. “Todo forma parte del plan. Os he traído aquí a propósito para que os pudierais situar en el territorio”.

Reina el escepticismo respecto al plan maestro de Pep. Llegamos a otra pista transversal y giramos a la izquierda. Tras 200 metros, recuperamos las marcas amarillas y volvemos a girar a la izquierda, bajando hacia el punto donde se produjo nuestro giro erróneo. El camino pasa por las ruinas de la Casa dels Canyers, una casa pequeña con su tina. Seguimos bajando por los campos de la casa, ya sin camino hasta tener la conexión a la vista y damos la vuelta. Entramos nuevamente en la pista, que nos lleva al pequeño núcleo de Valdoriola: dos casas y una iglesia de origen románico. Aquí es un gran llano de tierra fértil, muy diferente de las ásperas cuestas por donde hemos pasado, donde sólo crecía la viña.

El pequeño núcleo de Valdoriola; detrás, el Santuario de La Guàrdia

Pasamos por la casa de Casaponça y continuamos por la pista hasta llegar a la cresta del Serrat de la Cua de la Guilla, donde marcha un camino que sigue la línea de la cresta. Va de llano y antes de que empiece a bajar, paramos para comer. La temperatura es muy agradable y las vistas relajantes.

El camino de la cresta

Un pino con el tronco chamuscado, superviviente de los incendios de 1994

Después de comer, acabamos de bajar la cresta y empalmamos con el GR que tuvimos que dejar la semana pasada, para bajar al coche. Giramos a la izquierda para marcar el track del tramo que no pudimos hacer. Con este tiempo tan benigno, este camino representa la quintaesencia del Baix Berguedà: muy poco desnivel, siguiendo un estrato de roca, rodeado de arbustos y plantas aromáticos, y el bosque de pino blanco que ya se ha recuperado bastante del incendio. El color verde de las hojas combina con el gris claro de la roca, el beige oscuro de la tierra arenosa del camino, el gris oscuro de los troncos y, con el calorcito del sol de enero, perfecto. Es muy recomendable y está señalizado desde Puig-reig.

Un tramo del camino de Puig-reig a La Molina; una pequeña maravilla


 Aquí todavía se ve el empedrado

Otro tramo, más ancho

Llegamos al punto donde bajamos a la brava la semana pasada y damos la vuelta. Seguimos el camino en el otro sentido hasta donde empieza a bajar con pendiente hasta Les Comes. Para no dar tanto vuelta, tomamos otro camino que sigue la curva de nivel con ligero descenso hacia el noroeste y, en poco más de media hora, estamos de vuelta al coche.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 15,9 km; 385 metros de desnivel acumulado.

8/1/2016 – La Riera de Merlès (de Cal Pallot a la Mare de Deu de Pinós)

Hubo el parón obligado por las fiestas navideñas. A estas alturas del invierno, aunque no hace un frío especial, conviene cambiar de escenario y para eso está el Baix Berguedà, que en realidad conozco muy poco. Hace tiempo, propuse a Pep que fuéramos al tramo inferior de la Riera de Merlès, en el municipio de Puig-reig, y que desconozco totalmente.

Pep ha preparado diligentemente una serie de itinerarios, empezando por el conjunto medieval de Cal Pallot. Hoy nos acompaña mi hijo, Anthony, que ha subido a pasar un par de días desde la gran urbe al sur.

Tras recorrer una larga pista forestal en el coche, aparcamos cerca de Cal Pallot. Esta casa tiene algunos restos medievales pero a cuatro pasos, hay más de 1.000 años de historia escritos en las piedras. Primero, la iglesia de Sant Andreu y, al lado, unas tinas medievales y una prensa y luego unas tumbas antropomórficas excavadas en la roca, con distintos tamaños para distintas edades, y, evidentemente, muy anteriores a las tinas.

La prensa de vino cerca de la iglesia de Sant Andreu de Cal Pallot

Una de las tumbas y detrás, la iglesia

Bajamos por un camino que ahora es GR y un pequeño desvío nos lleva al molino medieval, totalmente tapado por la vegetación. Remontamos la riera para buscar la presa del molino, finalmente encontrando los agujeros delatadores en un tramo en el que sobresalen estratos de roca.

Aquí estaba la prensa del molino de Cal Pallot

Cruzamos la riera y subimos por la pista, pasando por la casa de La Molina, para buscar el camino antiguo que subía hasta la Torre de Ginebret y que, Pep cree, forma parte del antiguo camino de Cardona a Vic. Toda esta zona se quemó en los grandes incendios de 1994 pero, dice Pep, el fuego debía haber llegado aquí por la noche, cuando quemaba con menos intensidad. Aunque los troncos todavía se ven chamuscados, los árboles están vivos.

Subimos por la umbría. Algún resto del antiguo camino aún se puede ver pero se construyó una multitud de pistas después de los incendios para sacar la madera y han borrado muchos caminos. Mientras subimos, el viento hace crujir los pinos de manera inquietante. Al otro lado del valle, vemos la iglesia de La Guardia y debajo, terrazas inacabables de antiguos viñedos.

El Santuario de La Guàrdia

Llegamos a donde estaba la torre medieval de Ginebret, que controlaba el tránsito por el valle y el antiguo camino que ahora estamos siguiendo y estaba conectado visualmente con La Guardia. Sin embargo, de la torre, sólo quedan algunas piedras esparcidas por el suelo. El resto, reciclado hace tiempo para reparar casas.

Continuamos por la pista. Salimos del bosque y entramos en campos y no tardamos en ver la iglesia románica de la Mare de Deu de Pinós. En la Edad Media, Dios estaba en todas partes. Era imposible viajar sin tener siempre cerca una prueba de su presencia. Al lado, la casa de Ginebret y una gran tina en un campo.

 La iglesia de la Mare de Deu de Pinós

Y la tina

Damos la vuelta y volvemos a bajar la pista. Pep quiere visitar dos casas en ruinas, Cal Tomás y Els Canals, al otro lado de la riera y se desvía para cruzar la riera corriente arriba del puente de La Molina. Acabamos bajando sin camino y llegamos a la ribera, buscando un cruce entre la vegetación. Con tantos días sin llover, el agua ha bajado mucho pero no encontramos un punto con piedras suficientes para cruzar sin descalzarnos.

Pep pasa primero. “Cuidado que resbala”, nos advierte. Mientras Carles cruza, Pep va buscando lugares mejores para cruzar. “Aquí, Steve”, me dice. “Un poco más arriba, al lado del pino”. Cuando consigo llegar al pino, ha desaparecido y además, todos han cruzado excepto yo. Tampoco veo que sea mejor sitio aquí. “Siempre pasa lo mismo”, pienso mientras quito las botas. “Me mete en el berenjenal y luego, en el momento más crítico, desaparece”. Donde el agua pasa encima de los estratos de roca, es poco profunda pero la piedra resbala mucho al estar recubierta por una fina capa de vegetación y fango.

Pisando con mucho cuidado, llego al otro lado sin caer al agua. Los demás ya están buscando lugar para comer. “Desapareciste”, le digo a Pep. “Tenía otras prioridades”, me contesta y luego me explica que mi hijo eligió un paso temerario sobre un tronco y decidió que era más importante vigilarle a él que a mí.

Dejando bien alto el pabellón británico

Después de comer, continuamos a las casas, las dos muy cerca la una de la otra. Como muchas casas por aquí, se dedicaban a la viña y, en vez de era para batir del trigo, tenían una tina al lado de la casa donde cabían varios miles de litros. “Aquí, todo el mundo alcohólico”, observo a Pep. “Antes, quien bebía vino vivía más tiempo que el que bebía agua”, contesta Pep, refiriéndose a la poca salubridad del agua en aquel tiempo.

Cal Tomás. A la derecha, donde se guardaban los cerdos y adosada a la pared de la casa, la tina

El camino a La Molina, que tiene continuación hasta Puig-reig

Subimos a un camino marcado como GR y que sigue el valle a media altura. Ponemos rumbo a Cal Pallot. Es un camino muy atractivo y apenas tiene desnivel. Sin embargo, continúa hacia Puig-reig, sin bajar al coche y, al final, Pep nos hace bajar la cuesta a la brava.

Con eso, damos por concluida la salida de hoy. 13,3 km; 450 metros de desnivel acumulado.